Cuando era pequeña me daban unas fiebres altísimas, y ni las medicinas ni los tradicionales baños de agua fría conseguían bajármela. Un día una amiga de mi madre le dijo que a ella le pasaba lo mismo de peque y lo único que le funcionaba era empaparse la cabeza en colonia y envolvérsela en una toalla; mi madre desesperada lo probó y ¡voilá! mano de santo, no falla.
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